A pesar de que la propia Máxima aseguró al conocer los preparativos del relato que "no tenía nada que ocultar", la polémica está servida. Según los autores, Gonzalo Álvarez Guerrero y Soledad Ferrari, el Servicio de Información del Estado holandés llegó a amenazarles con adoptar medidas jurídicas si persistían en su empeño de indagar en el pasado de la princesa.
El mejor ejemplo de este desencuentro serían los datos acerca del trabajo realizado por la princesa en la entidad argentina Mercado Financiero. El libro indica que estuvo allí entre 1991 y 1993. La parte holandesa reconoce unas meras prácticas entre 1989 y 1990. Un juego de fechas nada desdeñable, puesto que el responsable de la empresa, Aldo Ducler, conocía al padre de la princesa y fue buscado por blanqueo de dinero del narcotráfico en 1998.
En un comunicado, la editorial dice mostrar "a la Máxima que aprendió a lucir sus virtudes y a esconder su pasado, bajo la tutela de su suegra, la reina Beatriz". Para los editores holandeses, resulta más atractivo subrayar sus orígenes familiares y el trabajo de su padre, Jorge Zorreguieta, secretario de Estado durante la dictadura del general Videla.
Otros detalles del libro rozan el tono de la prensa rosa. Es el caso de los dos novios anteriores a su matrimonio, con los que habría conocido a fondo la vida nocturna en Buenos Aires y en Nueva York. O bien el curso rápido de etiqueta seguido por sus parientes y amigos antes de la boda. O las alegres carreras de los huéspedes argentinos por los pasillos de palacio real y su visita a un coffeeshop de Ámsterdam, donde es legal fumar hachís. Y el ensayo de la boda, con la futura princesa paseando por la iglesia envuelta en una cortina para no estropear el vestido que le había diseñado Valentino. Sin olvidar los 1,6 millones de euros que habrían recibido los viajeros latinoamericanos por desplazamiento y estancia.
ISABEL FERRER
Fuente: diario El País de España – www.elpais.com